lunes, 7 de mayo de 2018

Los ecos de 2001 (y V): nuestros hermanos mayores del cosmos

Para celebrar los 50 años de la película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio me gustaría analizar a través de una serie de artículos algunos conceptos y elementos del film y su vigencia o relación con este mundo de la primera mitad del siglo XXI. En concreto, temas como las visiones de entonces del futuro tecnológico, el desarrollo de la inteligencia artificial y su relación con el ser humano, el transhumanismo o la búsqueda de vida extraterrestre.

A pesar de sus aires filosóficos, 2001 es una película de extraterrestres. El eje central de la acción describe la intervención en la evolución humana de inteligencias superiores, desde la prehistoria hasta el salto evolutivo que protagoniza el astronauta Bowman en la última secuencia del film.

No obstante, se trata de una película de extraterrestres atípica, pues es una película de extraterrestres sin extraterrestres. En efecto, no aparece ningún ser de otro mundo en todo el metraje y solamente hacen patente su presencia las inteligencias superiores a través del monolito negro, que es el verdadero protagonista del guion.

El director Stanley Kubrick le explicó al escritor Joseph Gelmis en una entrevista realizada en 1969 el porqué de esta ausencia de iconografía alienígena. El equipo de rodaje debatió largo y tendido sobre cómo presentar a los extraterrestres de una forma absolutamente rompedora y alucinante, pero al final se llegó a la conclusión de que «no se puede imaginar lo inimaginable». Deciden por tanto representar la inteligencia de otros mundos desde un punto de vista simbólico y artístico, un monolito negro, que en palabras de Kubrick «tiene en sí mismo algo de arquetipo jungiano y a la vez es un ejemplo muy fiel de ‘arte minimalista’».

De alguna forma, los entes superiores extraterrestres son un equivalente a dioses. El mismo Kubrick dijo en 1968: «Diría que el concepto de Dios está en el corazón de 2001, pero no cualquier imagen tradicional antropomórfica de Dios». No es extraño que una civilización tecnológica “actualice” el culto religioso tradicional tiñéndolo de tecnología. No son pocas las personas que sustituyen la fe en los dogmas de las religiones por la creencia en seres galácticos que nos visitan con asiduidad y que interfieren en nuestras vidas.

Pero dejando de lado las seudoreligiones basadas en extraterrestres, lo cierto es que la ciencia lleva desde el siglo pasado realizando esfuerzos serios por encontrar y comunicarse con seres de otros mundos. El proyecto SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence) comenzó en la década de los setenta analizando señales de radio procedentes del cosmos buscando inteligencia y enviando a su vez mensajes que puedan ser descifrados e interpretados por civilizaciones avanzadas (que por lo menos hayan llegado a dominar la radioastronomía).

Por otro lado, tanto las sondas Pioneer 10 y 11 como las Voyager 1 y 2 albergan mensajes sobre la Tierra por si algún día son encontradas por seres extraterrestres inteligentes. Las dos primeras llevan una placa con grabados sobre el aspecto del hombre y de la mujer y la posición del planeta Tierra en el Sistema Solar, mientras que las Voyager contienen un disco con música y sonidos de nuestro planeta.

Uno de los campos más activos en la actualidad en la búsqueda de vida fuera de la Tierra es identificar y analizar exoplanetas, es decir, planetas que giran en torno a otras estrellas. En concreto, se trata de estudiar grandes cantidades de estrellas para desentrañar si cerca de ellas orbitan planetas con características parecidas a las de la Tierra. En este sentido, recientemente se ha puesto en órbita el satélite TESS (Transiting Exoplanet Survey Satellite) cuya misión consiste en analizar más de 500.000 estrellas durante los próximos dos años con el objeto de identificar posibles cambios de la luz procedente de estos astros, que puedan implicar que un planeta ha cruzado entre la estrella y la Tierra.

¿Llegaremos algún día a conocer a nuestros hermanos mayores del cosmos?

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